El impacto que el cambio climático está teniendo en el turismo exige la adopción de medidas que contribuyan a disminuir sus efectos, ya no sólo por cumplir con la normativa en materia de sostenibilidad, sino también por la oportunidad que puede suponer la puesta en marcha de las mejores prácticas medioambientales y sociales para el futuro del sector.


Recién superada la temporada estival en la que hemos podido ver cómo determinadas localidades de Cantabria o País Vasco llegaron a alcanzar 43º de temperatura máxima, es buen momento para pensar en la relación entre el turismo y el cambio climático. No es un tema nuevo, pero sí que se ha convertido en protagonista los últimos años: olas de calor que baten récords, escasez de agua en muchas localidades, incendios extremos, destinos de esquí sin nieve…

En los foros especializados la relación entre turismo y cambio climático se viene analizando desde hace mucho. Sin ir más lejos, en la cumbre del clima de 2021, la COP 25 de Glasgow, asistimos al compromiso independiente del sector turístico de acción climática en torno a cinco vías: medir, descarbonizar, regenerar, colaborar y financiar.

El impacto del cambio climático en el turismo tiene su espejo en el impacto que a su vez el turismo tiene en el cambio climático. Son dos cosas diferentes, pero sobre las que al sector turístico le conviene que se hable coordinadamente, de manera que los mensajes de adaptación a los retos que plantea el cambio climático sean consistentes con las medidas adoptadas para mitigar sus emisiones. Expliquemos esto.

El sector turístico representa el 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, lo que supone uno de los mayores contribuidores. Al igual que ocurre en otros sectores, uno de los principales retos está en medir las emisiones de CO2 más allá de los alcances 1 y 2. Históricamente las empresas han medido las emisiones bajo su control o propiedad y las derivadas del consumo energético, pero no las emisiones indirectas o de alcance 3 (emisiones indirectas que se producen en la cadena de valor de una empresa), que pesan por encima del 90% del total. Conviene recordar que la reciente directiva de reporte de información de sostenibilidad de las empresas (CSRD) obliga al publicar la información del total de las emisiones (incluido el alcance 3), algo que supone un auténtico reto para el sector turístico.

Al respecto, por ejemplo, recordemos que de las emisiones del sector hotelero el transporte de sus clientes supone casi el 50%, que debe de ser contabilizado dentro de sus propias emisiones indirectas. Esto es solo un ejemplo de la dimensión del desafío que tienen por delante, pues las emisiones indirectas tienen hasta 15 componentes (conforme al GHG Protocol). La huella asociada a diversos vectores debe ser medida (preferentemente) o estimada, como el desplazamiento de los empleados, los residuos generados o las emisiones asociadas a las inversiones. Pensemos en todo lo que impacta en la operación de un hotel porque nos dará pistas de dónde debemos buscar esa huella de carbono indirecta: agua, alimentación, movilidad y proveedores locales son algunos de los aspectos que deben ser tenidos en cuenta.

Como es sabido, la medición es el primer paso para definir la estrategia de descarbonización de la empresa que conduzca al cumplimiento de los compromisos internacionales, especialmente en la Unión Europea. No perdamos de vista que para el 2030 se han debido reducir las emisiones en un 50% incluidas las calificadas como de alcance 3, en el que se incluyen todas las emisiones que se generen en la cadena de valor de una empresa, así como, lógicamente, las que resulten del consumo de combustibles por instalaciones, elementos de transporte y maquinaria (“alcance 1”) o consumo eléctrico en edificios y vehículos (“alcance 2″), por lo que las empresas turísticas deben tener una hoja de ruta marcada, que además deberán hacer pública (conforme a su estándar de CSRD), indicando los recursos que van a dedicar y, en definitiva, cómo lo van a hacer.

Aunque no es objeto del artículo desglosar las diferentes intervenciones que, por ejemplo, el sector hotelero debe acometer, es bastante claro que la producción y compra de energía renovable y la eficiencia energética van a tener un peso en emisiones directas y de energía comprada. Pero, con seguridad, lo que marcará la diferencia en las estrategias de descarbonización será la involucración de toda la cadena de suministro, principalmente los proveedores y los clientes. Esa toma de contacto debe ser aprovechada también para entender los temas de doble importancia relativa con esos grupos de interés, aunque eso lo trataremos en otro post. Saber de dónde vienen los clientes y por qué medio va a ser tan importante como entender el tipo de envase en el que vienen los productos de limpieza o el origen de la comida que se consume en el establecimiento, por poner varios ejemplos.

En este contexto, donde la información fluye entre empresas y consumidores, las medidas de mitigación que tienen las primeras se convierten en una ventaja competitiva teniendo en cuenta que cada vez hay más sensibilidad social sobre los efectos del cambio climático. Sin embargo, aquí también entran en juego las medidas de adaptación a los efectos que ya tenemos y que empiezan a suponer cambios en los patrones de consumo de los turistas. Un estudio reciente ha comprobado a través del análisis de los datos de los gastos de tarjetas bancarias que entre el 2019 y el 2023 se produjo un incremento de un 45% en las zonas de España de temperaturas medias más bajas, mientras que en las de temperaturas más altas solamente se incrementó una media de un 30% (David César Heymann, Caixabank Research, 2024). Es decir, la recuperación post COVID del sector ya se ha producido, pero a un ritmo bastante inferior en las zonas más cálidas de España. Claramente empieza a haber una interrelación entre consumo y temperaturas o exposición a olas de calor, lo que debe condicionar las medidas que toma el sector turístico para adaptarse a dichos impactos.

Nuevamente, la adaptación a los efectos del cambio climático (temperaturas altas, incendios extremos, sequía, etc.) debe ser tenida en cuenta en la evaluación de riesgos y oportunidades financieras que estos efectos pueden provocar. Siendo el principal objetivo de un hotel dar alojamiento a sus huéspedes, estos factores tienen peso en la cantidad y calidad de los turistas, que eligen zonas menos impactadas o con activos mejor adaptados a estos efectos. No olvidemos el impacto que ya tiene en el turismo de alta montaña y la reducción de las temporadas de esquí. O los efectos de largo alcance como el incremento del nivel de mares y océanos y el calentamiento del agua que produce alteraciones en la biodiversidad y, con frecuencia, una reducción de la actividad turística.

Como podemos ver, todos estos factores están interrelacionados, pero parece que el consumidor empieza a cambiar sus hábitos por una cuestión de bienestar y de alineamiento con su preocupación medioambiental. Es fácil imaginar que España está en una encrucijada, pues un 12% de su PIB proviene del turismo y a la vez es uno de los países más impactados por el cambio climático y la creciente desertificación del territorio. Es por ello que, en varios foros internacionales hay especial atención sobre cómo se abordará la adaptación en un contexto de pleno crecimiento del sector. Sin duda es una oportunidad de puesta en marcha de las mejores prácticas medioambientales y sociales que sirvan de modelo en otros lugares del mundo, a la vez que aborda sus propios compromisos de descarbonización hacia la esperada neutralidad en los próximos años.

 

Luis Cabrera

Director de ESG en G-advisory